Mi querido, mi queridísimo vasco, no sabes cuánto te amo, tanto que sólo recibo puñales como respuesta. Siento que te están haciendo la cama, querido, te están poniendo los tochos. Sé que vales, sé que tú, por todo del mundo, querías seguir yendo hacia adelante. En cambio, otros, parecen estar pensando en sus cosas, de vacaciones mentales, guardando ante la posibilidad de un evento importante. Llámese Mundial, llámese traición, llámese incapacidad. No tengo nada que objetar referente a la alineación con la que has afrontado el encuentro, el decisivo encuentro, de Europa League. Es más, aplaudo tu valentía. No sólo la aplaudo, sino que me bajo los pantalones, porque esa sensación de querer recuperar el orgullo perdido, amigo, queridísimo amigo, es inigualable. Lo que sucede, sin embargo, es lo mismo que ocurre con los enamoramientos por flechazo. Dicen que existen, pero yo, ni los he visto, ni los he vivido. Y los que me han contado, de los que me enterado, inevitablemente han acabado mal. Sólo terminan bien en las películas. Pero aplaudo que te hayas dejado guiar por tu subconsciente, por tus ideales, por tus convicciones. Como venía diciendo, esos flechazos, ese amor repentino y desbordante, suele finalizar en desastre. Y es que el enamorado se hace una idea predefinida de su delicada, de su ansiada, de su amada, que poco tiene que ver con la realidad. La idealiza, se ciega ante el centelleo de la pasión, se deja arrastrar por una corriente inusitada de alegría. Hasta que tras muchos palos, debe darse cuenta de que su maravillosa amada se ha convertido en una arpía, en una persona que no conoce para nada, en una mujer que poco a poco le quita el oxígeno. Entonces se da de bruces contra la pared, blasfema, clama al cielo. No debería, ya que los momentos vividos jamás se los podrán quitar, sólo lo inevitable podrá despojarle de aquello. Y lo bueno, lo mejor, es que antes de que llegue lo inevitable, podrá hacer recuento y sentir su interior, feliz, precisamente por dejarse llevar, por soñar, por no renunciar al niño interior.
Decía, querido, queridísimo Unai, que admiro tu valentía al afrontar el partido de hoy, contra el Atlético del barraquero por antonomasia, el tramposo, el encantador encantado. Sin embargo, no puedo negar, no puedo obviar, que el planteamiento no se ha visto correspondido con juego. Siento si me repito, querido, queridísimo Emery, pero tengo la sensación de que el vestuario no desea que continúes, y por ello, no se han esforzado como hubieran debido. No sólo ha faltado corazón, sino también cabeza. Y eso, permíteme que te lo diga, es pecado mortal. El árbitro no ha estado bien, nada bien, ni para uno ni para otro equipo, probablemente el mayor perjudicado ha sido el Valencia. Comprendo tu cabreo, tu indignación, pero en el fondo de tu ser, cuando seas capaz de tomar distancia, comprenderás que ése no es el problema. Debiera preocuparte mucho más la actitud de algunos de tus jugadores, recuerda la historia del fin de Julio César, querido, no es por nada, pero me da a mí que ciertos personajes no te quieren ver cerca. Curiosamente, uno de los mejores en el día de hoy, ha sido el denigrado, el denostado, el portugués, el negro. El brujo, el cabrón, el vividor, el pecador. El que merecía ir a la hoguera, quemarse vivo.
Querido, queridísimo, ha faltado sangre, ganas y sentimiento. Pero también inteligencia. Sabes que te aprecio mucho, un montón, pero no puedo cerrar los ojos, no debo, ante los errores, que a mi juicio, una vez tras otra, se vienen repitiendo. ¿Por qué razón todos los jugadores excepto Alba la piden siempre al pie? ¿Por qué se empeñan una y otra vez en entrar por el centro, hasta tenerlo todo mascadito? ¿Por qué no se prueba una de las grandes debilidades del portero rival, con disparos desde fuera del área, más aún cuando el conjunto adversario se encierra en propia área? ¿Por qué no se aprovecha más y mejor la llegada de Alba, de largo el más inteligente y voluntarioso en ataque? ¿A qué viene esa lentitud en la circulación de balón? ¿Por qué no se intentan lanzar rápidos y acompañados contraataques? ¿Por qué apenas existe movimiento, y mucho menos aún desmarques, en los futbolistas sin balón? Necesito saber, por favor, ¿por qué incidimos una y otra vez en lo mismo?
Querido, queridísimo, sabes que tienes toda mi confianza. Si fuese por mí, estarías renovado. Pero debes cuidar los detalles: vigila el cuchillo a tu espalda, también tus compañías
literarias; da rienda suelta a tu libreto, atrévete, si hay que morir, que sea con las botas puestas. Al fin y al cabo,
todo el mundo sabe que la vida no merece la pena ser vivida.